Así se presenta:
Mi nombre es William Anthony James, nací en 1659 en Stonestep, un pequeño señorío insular al sur de la Gran Bretaña. Fui educado como un príncipe sin serlo, pues estoy emparentado con… mejor no, no sé si quiero que se sepa aunque debo admitir que llevo sangre real, cosa que nunca he dicho a Leonor para preservarla de los sentimientos que pudiera provocar en ella el conocimiento de lo que he perdido cuando la elegí por sobre todo lo que el mundo me ofrecía. No he sido un buen hijo, ¿seré un fiel esposo y padre prudente?
¿Qué se ha escrito sobre él?
"–¿Comés
algo? –titubeó Pedro, por fin.
Pero
William ya no podía escucharlo: el dolor, el esfuerzo, el cansancio, la desazón
habían hecho mella en él y ahora dormía un sueño inquieto mancillado por el
delirio.
Ya más tranquilo, Pedro pudo observar detenidamente al hombre que
estaba tendido frente a él: todavía con el torso desnudo pese al frío, todavía
bañado en el abundante sudor de la fiebre, todavía teñido con la sangre seca de
quienes le dijeron eran su enemigo y… había actuado desinteresadamente para
ayudarlo a él, un total desconocido. Era un hombre que había matado en segundos
a seis mercenarios armados hasta los dientes solo con una espada (como si de
por sí eso no fuera ya algo raro) y soportando una quemadura de cinco
centímetros de diámetro en medio del pecho.
Comenzó,
sin saber por qué, a enjugar la herida de William con algo del agua que todavía
le quedaba en la cantimplora y una gasa que siempre llevaba consigo. Le
refrescó las sienes y las muñecas esperando normalizarle la temperatura
mientras se estremecía con cada contacto. Hasta ese momento lo había visto sin
prestarle demasiada atención, pero algo hizo que se detuviera a observarlo:
tenía el abdomen y el pecho lleno de cicatrices que incluso se proyectaban
hacia la espalda. Indudablemente eran signos de haber sido torturado hacía poco,
muy poco. Algo más parecía extraño debajo de la sangre seca. La retiró como
pudo para no despertarlo y vio cómo iban apareciendo algo como letras… las
marcas decían GO AWAY... Pensó que
era un sádico y perenne recordatorio. Ya habría de preguntarle".
"–Eras el sobrino nieto del duque de Cornualles… ¿Carlos II?
El monitor mostraba nítidamente la imagen ampliada de un retrato antiguo datado en el siglo XVII y un tanto deteriorado que se encontraba alojado en el sitio web oficial del National Portrait Gallery de Londres. Se trataba de la efigie de un hombre de porte gentil que usaba un modernísimo tricornio de fieltro gris y ropas elegantes: llevaba una casaca (con grandes botones de nácar o marfil en las solapas) al tono con el sombrero, un chaleco rojo oscuro aunque opaco, chupa azul, una de esas corbatas blancas que simulaban más bien un cuello de cisne y el cabello largo recogido en una coleta. El pintor, artista desconocido según indicaba el catálogo, se había empeñado en plasmar con avidez, en óleo pintado sobre tabla (podían verse algunas de las vetas agrietadas seguramente por el paso del tiempo) enmarcado en dorado y arabesc
os profusos, las delicadas líneas de las facciones del joven noble y el brillante celeste clarísimo de sus ojos; se lo veía levemente sonriente, de semi perfil y con la mirada perdida en la lejanía como intentando ver más allá del horizonte lejano, hacia tierras distantes o futuros promisorios… El juego de claros y oscuros, y la iluminación vertiginosa hacían que se acentuara la idea de que el caballero del retrato era algo más que un simple noble: seguramente, de él se esperaban grandes cosas. “Sir William Stonestep”, indicaba escuetamente la referencia, finales del siglo XVII.
–No eras un príncipe pero fuiste educado como uno, ¿verdad?... ¡Dios! No le dijiste nada a Leonor…
–No era necesario –bajó la mirada.
–Perdiste más de lo que fuiste capaz de contarle…
Exhaló un suspiro que Sinclair creyó resignación.
–¿Te arrepentís?
–¡Nunca! –No sentía fuerzas para pararse y darle un golpe, aunque su gesto denotaba un deseo enorme de hacerlo– Pero, dime, ¿para qué hacerla sentir culpable? Cuando la conocí verdaderamente no pude apartar los ojos de ella: estaba sollozando y trémula… aterrada… la sostuve en mis brazos para que no cayera cuando la creí desfallecer… y la calidez de su cuerpo, aun con los pequeños temblores que lo recorrían, me reconfortó como nunca nada ni nadie antes. Supe de inmediato que no podría alejarme de ella ya nunca: estaba prendado de ella y ella, sin saberlo todavía, me había robado el corazón y yo se lo había permitido gustoso".
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