Andrea V. Luna
19:16:00
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Evento en Facebook para preguntas y comentarios. Posiblemente, haya la posibilidad de hacerlo en vivo:
De joyas y guerreros, la saga.
Apostillas.
Por Andrea V. Luna
Seguramente
este escrito termine siendo un caos, pero no es algo que me preocupe demasiado,
por ahora; y es que considero que todo hecho comunicativo comienza siéndolo: una
mélange indefinida de ideas sueltas y palabras danzantes que parecen
nunca alcanzar para expresarlas. Por suerte o como efecto de un entrenamiento
adecuado, nuestro cerebro procesa, casi al instante, las diferentes variables
léxicas, gramaticales, sintácticas, semánticas, estilísticas, etc. que nos
permitirán armar la frase que consideramos más apropiada para tal o cual
momento y que mostrará nuestro nivel de adaptación al mismo. Hasta allí, el
campo de estudio preferido por los psicolingüistas. Disiento en que el hecho
literario les pertenezca también, puesto que la Psicolingüística busca respuestas
al dilema de la adquisición y utilización del lenguaje, y no creo que la
producción de Literatura pueda tenerlas.
En
este sentido, consideremos cuántas definiciones de Literatura rondan en nuestras cabezas: ¿dos, seis, diez?
¿Más, tal vez? Todorov, Kant, Jakobson, Borges, Piglia… “Literatura es todo
aquello que se lee como Literatura” sentenció un profesor en mi primera clase
en el viejo edificio de la Facultad[1]. Teóricos
y autores no se ponen de acuerdo en si es un arte, un juego, una función
psicológica…o, tal vez, una patología. Y está muy bien que sea así. Porque
acaso haya tantas definiciones de Literatura como lectores, escritores y
teóricos encontremos en la historia humana. Ficción o no ficción, compromiso
social, placer estético o necesidad testimonial, la Literatura se yergue al
frente de esas emociones palpitantes e inexplicables que producen placer o no, armonía
o no pero sí una necesidad inexplicable de querer siempre más.
En
medio de la enorme versatilidad del hecho literario, de la teoría, de la
crítica, de la hermenéutica y de la semiótica, se encuentran el escritor y su
mundo interior.
Desde
adentro.
Debo
admitir algo: odié mucho a una profesora de la carrera (obviamente, no la
mencionaré aquí ni a la materia que dictaba) el día que nos pidió hacer un
trabajo extravagante… ella lo llamaba “La cocina literaria”. En él teníamos que
plasmar el procedimiento, la “parte de atrás”, el cómo habíamos realizado una
monografía. Por supuesto, no estuve de acuerdo con ello: si lo hubiera llamado
“la cocina investigativa” todo bien, pero eso de “literaria” me hacía ruido
porque me significaba un proceso de escritura más asociado a la producción,
justamente, de un texto literario y no a otra cosa. De alguna manera, eso
intento hacer ahora.
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